El tipo de letra de un texto acaba por dar
particularidad al mismo. Esa característica es sensible para el lector y puede
acercarlo o alejarlo de la lectura.
Entre la monotonía de un edificio empresarial, existía
un tipo un tanto fuera de lo común. Era un oficinista gris, pero minucioso en
todas sus tareas. Él disfrutaba de seleccionar el tipo de letra, según el texto
que fuera a redactar. Muchos datos que debían expresarse sólo en letras
llegaban a sus manos. Los trabajos versaban sobre distintos temas y elaborar
los informes finales estaba a su cargo. Una de esas tardes en las que este
personaje tenía asignados no pocos archivos para revisar, se puso a divagar
acerca del estilo de letra a usarse en cada uno de ellos.
Dentro de su cabeza giraban distintas formas
predeterminadas en la computadora, desde la institucional y seria hasta la más
lúdica. Decidió escribir a mano para dejar de un lado esos pensamientos que
parecían un poco absurdos. No escribió mayor cosa, puesto que su caligrafía si
bien era legible, no era bonita.
Antes de
regresar frente a la pantalla, sus divagaciones continuaron y se dio cuenta de
que los tipos son comparables a las disciplinas científicas. Obviamente, esta
comparación era consecuencia de su pasión por las letras en sí mismas. Sin
embargo, él pensaba en todas esas veces que usó el formato casi cibernético
para escribir acerca de temas informáticos. Vinieron a su mente, las primeras
experiencias con los tipos, eso le hizo remontarse muchos años atrás, cuando en
clase pidieron que usara la fuente Arial Narrow Turco.
Al traer a su mente esos recuerdos, notó que muchas veces, resulta interesante la simpleza, así que mejor se decidió por escribir en Arial.