jueves, 18 de julio de 2013

El baile de Irène Némirovsky

En algún lugar leí que, al nuevo rico se reconoce fácilmente por su tendencia a gastar el dinero en ostentosos objetos personales y en el vestuario. Al parecer esto se cumple en Alfred y Rosine Kampf, los padres de Antoinette, quienes ahora tienen una lujosa casa, bellamente adornada. Antes vivían en barrio pobre, pero nadie debe saberlo. La señora, por su parte, disfruta de exhibir sus costosas joyas casi todo el tiempo. El esposo es un tanto más sobrio, solo se esmera en mantener buenas relaciones con la gente poderosa. Actúan así, pues después de todo no son más que eso: nuevos ricos. Sin embargo, dada su reciente incorporación a ese mundo, todavía no son tomados como parte de la élite económica de su ciudad. Rosine, descarga su frustración contra su única hija cada vez que tiene oportunidad. La presiona para que adquiera buenos modales y refinamiento para brindar la mejor imagen ante la sociedad.
Resulta tan grande el deseo de la señora Kampf por adquirir el reconocimiento en la sociedad que la pareja decide elaborar un suntuoso baile. Las invitaciones son muchas, su lista asciende a doscientas personas. La decisión fue de la pareja en conjunto, pero la euforia la vive la señora de la casa. Sin embargo, ella no toma en cuenta que su hija, al atravesar por la adolescencia y leer esas hermosas historias de amor en los libros, anhela estar en un baile como ese.
Dada su hermosa caligrafía, la madre decide que Antoinette elabore las tarjetas de invitación. Que emocionante resulta al principio participar de cierta forma en la organización de la tertulia en su casa. Pero su entusiasmo se borra de repente cuando le informan sus padres, de forma poco amable, que ella no podrá estar en tan magno evento.
Ellos no entienden que su hija está en la adolescencia, que se ha imaginado a sí misma bailando con un apuesto joven, que ella quiere vivir la música moviendo su cuerpo con delicados pasos de los brazos de un hombre que la haga sentir como volando. Nadie se da cuenta que ella, la niña, también quiere vivir. No lo notan, en cambio, solo recibe reproches por su forma de hablar, de sentarse, de comer, quieren que ella sea una refinada jovencita casi de la noche a la mañana. Negar sus raíces, eso hay que hacer. Su padre tuvo algunos empleos de bajo rango y ellos tres vivieron en un pequeño apartamento, pero nadie tenía que enterarse de eso. Su madre le dio instrucciones para inventar un falso pasado, además tenía a una dama inglesa para darle la mejor educación y refinamiento a su dulce niña.
Una niña, sí, eso era ella para todos, solo una niña que debía estar durmiendo mientras todos estuvieran disfrutando de la fiesta. No podía soportarlo, algo tenía que hacer. Su indignación la lleva a cometer un acto que da un giro a la historia. Si tan solo alguien hubiera pensado en sus sentimientos, su pasión por ser conocida por todos como una hermosa joven ataviada con un flamante vestido y siendo conducida por el amplio salón deslizándose con perfectos pasos de baile, todo hubiera sido distinto.

domingo, 14 de julio de 2013

La sociedad de la decepción


Imagen tomada de la página web de la editorial.
Considero que, algunas o quizá varias veces, en nuestra mente se entrelazan las lecturas. Me encuentro leyendo, por instantes, La sociedad de la decepción de Gilles Lipovetsky, ahora resulta que de nuevo me encuentro con la sensación de estar pensando como el expositor de las ideas. Esto no me sucedía desde la inmersión en las páginas de La embriaguez de la metamorfosis de Stefan Zweig, cuando sentí mía la voz de uno de los personajes decepcionado de la vida.

El tedio por la vida suele presentarse ante nosotros en más de algún momento de nuestra existencia, no obstante, puede permanecer en nuestra conciencia, latente, hiriente; incluso podría llevar al suicidio. Obviamente, esto último no ha sucedido en mi caso, pues percibo la putrefacción de la sociedad y las decepciones como un espectador. Sin embargo, observar con detenimiento los fenómenos sociales contemporáneos y estar consciente de los mismos, no es simplemente una actitud pesimista ante la vida; se trata de dar una mirada analítica para comprender la razón de ser de los mismos. Al conocer y comprender la causas de distintos aspectos, se logra ser más tolerante. El mismo Lipovetsky reconoce que él no escribe libros de Filosofía pura, tan sólo es un observador tratando de explicar los acontecimientos sociales.

El personaje de Zweig expresa los sinsabores de su vida debido a frustraciones laborales y académicas. Ahora, en las palabras de Lipovetsky se manifiesta de nuevo ese sentimiento, pero fundamentada con estudios analíticos de la sociedad contemporánea. Tendré que esperar a terminar la lectura para emitir un comentario más serio acerca de la obra.

“El camino más breve para concluir un libro es comenzarlo.” - Enrique Jardiel Poncela

(Ya tomé ese camino.)

viernes, 5 de julio de 2013

Café

Era un romance improbable; ella era doctora en sociología y él, tan sólo un bachiller. Aún así, ellos se seguían viendo en el mismo café todos los jueves por la tarde, pues ambos frecuentaban el lugar y usaban eso de excusa para sentarse juntos y platicar animadamente hasta llegada la noche.


Tiempo

Él tenía para ella algo muy valioso, pero intangible: su tiempo. Ella disfrutó de eso al principio, pero después se alejó, pues encontró a alguien que pudo darle algo tangible: obsequios. Éstos eran de su completo agrado y resultaron ser muy frecuentes, pero quien los daba casi nunca tenía tiempo para ella. Fue entonces cuando se recordó del primero y se decidió a llamar para verlo, mas no lo logró; porque a él lo intangible le sirvió para continuar con la especialización en Neurobiología y, ahora, no tenía tiempo para ella.