sábado, 21 de septiembre de 2013

Castigos

Como buen abogado penalista que era se caracterizaba por ser desconfiado y, hasta cierto punto, paranoico. Realmente contó con mucha suerte, pues logró permanecer con vida durante sus diez años de especializarse en esa rama. Su desconfianza, en ciertos aspectos fue prudente, pues no tenía familia, ni amigos, aunque se llevaba bien con todos sus colegas. No llegó a entablar ninguna relación amorosa. Tenía miedo a que sus allegados fueran el objeto de las posibles represalias por parte de quienes recibieron el peso de la justicia a causa suya. Dada su actitud, tampoco  tuvo una familia propia, no quiso poner en riesgo a sus hijos, por eso no existió ninguno.

Las líneas anteriores son una transcripción de la última página del diario que guardaba en su oficina. Así es, este respetable litigante resultó ser una persona realmente introvertida. No se encontró ninguna nota que anunciara la decisión de quitarse la vida. Su oficina era la última en cerrar en ese centro empresarial donde estaba ubicada. El personal del edificio lo conocía sólo de vista, se le veía llegar y salir a distintas horas del recinto, pero cuando se encontraba allí, solía hacerlo hasta entrada la noche.

Quizás necesitaba de la soledad para armar sus estrategias de litigio, pues no contaba con asistentes. En ese rincón lleno de videos de audiencia, libros de criminología y criminalística   era donde él planeaba, en solitario, cómo ganar cada uno de los casos. Sí, este abogado penalista permanecía sin compañía la mayor parte del tiempo y esta noche no fue la excepción. Cuando ingresó el personal correspondiente para examinar la oficina, no encontraron rastro de que otra persona hubiera permanecido en el lugar. Sólo estaba su diario abierto en esa página sobre el escritorio, él sentado en su silla y a un costado la mancha de sangre que abarcaba buena parte de la alfombra. Nadie escuchó la detonación. Tuvo el cuidado de usar el prohibido silenciador para guardar el secreto. La minuciosa investigación reveló que, en efecto, él mismo se había disparado en la boca. Sus días de lucidez acabaron, instantes después su existencia también.

1 comentario:

  1. Me gusta el final "Sus días de lucidez acabaron, instantes después su existencia también."

    ResponderBorrar