jueves, 15 de agosto de 2013

Un paseo

Su vida era poco menos que desgraciada, al igual que la de ella; al menos así era como ambos la veían. Su posición social la forzaba mostrarse bien ante todos, ocultaba su descontento. Además, vivía a diario la nostalgia de un amor perdido hacía meses, lo cual la sumía en una profunda depresión, bien escondida tras su cordial sonrisa.

Él, por su parte, no extrañaba a ningún amor, pues sabía perfectamente reconocer el final de cualquier relación. Su decepción era otra: la existencia en sí misma. No lo satisfacía su actividad actual, al igual que las anteriores lo entusiasmó al inicio, pero acabó por aburrirle. Cuando estaba por mudar, una vez más, de actividad, la conoció a ella y entablaron amenas charlas desde el inicio. No se enamoraron, eso ya no era para ellos, descubrieron ser almas gemelas, no para estar juntos de la forma convencional, sino de otra.

Fue así como empezaron una serie de inusuales citas; visitaban asilos, hospitales, morgues, funerarias y, algunas veces, trababan conversación con los asistentes a los velorios. Dado que su relación era amistosa, en una ocasión, decidieron visitar una biblioteca y, para dejar un poco la seriedad de adultos, decidieron ir directo a la sección de libros juveniles. Así, empezaron a ver esos libros que evocaban su adolescencia; la experiencia les trajo recuerdos gratos, pues a cada minuto disfrutaban de pasearse en el lugar. Las distintas ediciones de los libros clásicos estaban a su alrededor: La isla del tesoro, Robinson Crusoe, Mujercitas, Alicia en el país de las maravillas y también los libros un tanto aventureros y futuristas, como los de Emilio Salgari, Julio Verne, H. G. Wells y otros más. Ese momento se extendió por unas horas hasta el inicio de la noche; se despidieron y quedaron en verse de nuevo.


Sus salidas eran así de atípicas, a veces sólo era una caminata por las calles; veían cada objeto del panorama,  observaban detenidamente las placas conmemorativas hechas para ciertos personajes y pensaban si realmente valía la pena ser recordados, de esa forma. Visitaron varios cementerios a la luz del día leyendo epitafios y viendo cómo adornaban las tumbas los visitantes, esto los hizo recordar el paseo del día pasado, cuando estuvieron en la biblioteca, entre lecturas juveniles. Esa tarde ambos se sorprendieron al ver que en la introducción de Los viajes de Gulliver de Jonathah Swift, se mencionaba que él mismo escribió su epitafio: “Donde la ira feroz no puede herir el corazón ya más.” Esto los hizo reflexionar, pues debía haber sufrido mucho alguien para pensar en un su propia inscripción para la lápida. Aparentemente, sólo fue un recuerdo del día pasado, pero eso los motivó a hacer un paseo más. Esta vez, viajarían junto a aficionados al paracaidismo, pero sus intenciones no eran las mismas del grupo. Al saltar del avión, todos se veían iguales, pero el equipaje de la pareja no lo era, aunque su apariencia era idéntica, el de ellos no tenía paracaídas.

jueves, 8 de agosto de 2013

La impaciencia del corazón de Stefan Zweig

La impaciencia del corazón y La piedad peligrosa no son términos tan distantes entre sí. Esta novela de posguerra se ha conocido con esos dos nombres y se ajustan bien a su trama.  Me detuve un instante en el título y pensé: ¿por qué la piedad es peligrosa? La piedad,  un sentimiento noble,  surge al ver sufrimiento ajeno, pero podría tornarse en peligrosa si anteponemos las necesidades de otros, frente  a las nuestras.

La otra traducción, a mi juicio, también se adecua al contenido de la obra y aún fuera de ella, pues algunas veces existe impaciencia en relación a los sentimientos. Se sabe que los sentimientos se albergan en el cerebro, pero metafóricamente se habla del corazón al referirse a los mismos. Me pareció necesario comentar acerca del nombre de la obra, pues se la misma ha sido publicada y conocida con ambas denominaciones. La versión a comentar, en este caso, es La impaciencia del corazón.

Ya entrando en materia, puedo agregar que, ésta comparte con muchas novelas de posguerra la característica de ser poco esperanzadora respecto a la vida. Aquí se representa el caso del teniente Anton Hofmiller quien se siente atraído hacia Ilona, una hermosa joven de clase acomodada. Debido a la proximidad de uno de sus compañeros de cuartel con la familia de la chica, él recibe una invitación para cenar en su casa, la mansión Kekesfalva. Su corazón rebosa de felicidad al estar en dicha reunión, pues comen hasta la saciedad, beben vino conversan alegremente y, después,  bailan. Nuestro personaje se desliza como un perfecto bailarín con varias de las damas presentes en el banquete, pero de pronto alcanza a ver a Edith, hija del dueño de la casa, sentada junto a dos ancianas y le parece un gesto descortés no hacer la invitación a bailar, por lo cual hace la petición. Grande fue su sorpresa, al recibir tan sólo un gesto poco amable de parte de ella, el cual se transformaría en llanto amargo, sin dirigir una sola palabra al teniente. Se entera de la causa de esa reacción por boca de Ilona quien le informa que su prima, Edith, está discapacitada a causa de un inusual padecimiento.

Así empieza una serie de visitas de Hofmiller a la mencionada mansión, en las cuales va conociendo las interioridades de la familia. Si bien, al principio, sus visitas tenían como único motivo remediar su imprudencia, él llegó a acostumbrarse a esa casa y todos sus habitantes a su presencia en ella. A raíz de su cercanía con Edith, ella se enamora perdidamente. Cuando él  se entera de esto, por piedad, finge aceptar su amor e incluso llega a comprometerse sentimentalmente con ella, pero de forma un tanto secreta. Entre los anhelos de la jovencita por recuperarse de su enfermedad y la constante presencia de Hofmiller en su casa, estalla la guerra. Para el teniente, dicho acontecimiento se convierte en la forma más digna de escapar de tan penosa situación, pero a su regreso se encontró con que ella llevada por la impaciencia de su corazón, no quiso esperar ni una hora ni un día más. Fue entonces cuando comprendió que no le servía de mucho ser ahora un héroe de guerra, pues huir de un problema no es la mejor forma de solucionarlo.