
Las
líneas anteriores son una transcripción de la última página del diario que
guardaba en su oficina. Así es, este respetable litigante resultó ser una
persona realmente introvertida. No se encontró ninguna nota que anunciara la
decisión de quitarse la vida. Su oficina era la última en cerrar en ese centro
empresarial donde estaba ubicada. El personal del edificio lo conocía sólo de
vista, se le veía llegar y salir a distintas horas del recinto, pero cuando se
encontraba allí, solía hacerlo hasta entrada la noche.
Quizás
necesitaba de la soledad para armar sus estrategias de litigio, pues no contaba
con asistentes. En ese rincón lleno de videos de audiencia, libros de
criminología y criminalística era donde él planeaba, en solitario, cómo ganar
cada uno de los casos. Sí, este abogado penalista permanecía sin compañía la
mayor parte del tiempo y esta noche no fue la excepción. Cuando ingresó el
personal correspondiente para examinar la oficina, no encontraron rastro de que
otra persona hubiera permanecido en el lugar. Sólo estaba su diario abierto en
esa página sobre el escritorio, él sentado en su silla y a un costado la mancha
de sangre que abarcaba buena parte de la alfombra. Nadie escuchó la detonación.
Tuvo el cuidado de usar el prohibido silenciador para guardar el secreto. La
minuciosa investigación reveló que, en efecto, él mismo se había disparado en
la boca. Sus días de lucidez acabaron, instantes después su existencia también.